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Bravata, flamenco que rompe moldes

  • Foto del escritor: PAULA BALANDIN DOMINGUEZ
    PAULA BALANDIN DOMINGUEZ
  • 23 mar 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 12 may 2021

El pasado domingo 14 se estrenaba en el teatro Federico García Lorca el espectáculo flamenco “Bravata” el último destino de la gira organizada por la bailaora Mónica Iglesias que está terminando en la Comunidad de Madrid


Se apagaron las luces y se hizo el silencio en el teatro. De fondo se escuchaba las cuerdas de una guitarra afinándose y pasos por el escenario tras el telón. Unos segundos después se dio comienzo a ‘Bravata’, de la mano de Mónica Iglesias, la directora y bailaora, en su primer proyecto en solitario. Una obra que en sesenta minutos trata de hacer ver la necesidad vital de expresión más allá de cualquier corsé social, con un personaje resistente y muy humano.


‘Bravata’ cuenta la historia de la propia Mónica, que a su vez reúne la de muchas otras mujeres, con una “pulsión visceral que intenta romper con sus propios moldes”, tal y como ella lo explica. La idea gira entorno a un paisaje roto y herido, del que pretende recomponer las piezas para renacer aún mas fuerte, más brava. Toda una montaña rusa de emociones que junto con los cantaores Juan José Amador y Matías López, y el guitarrista Paco Iglesias, nos guiaron a través de toda la historia tocando diferentes palos flamencos.


Con una escenografía sencilla y elegante, se abrió el espectáculo entre compás de Tientos. A la derecha una falda de gasa suspendida entre tiras de flores que caen del techo. A la izquierda los dos cantores, muy sobrios, que miraban fijamente a la bailaora situada en el centro del escenario escuchando la latente falseta de la guitarra para comenzar a bailar. A medida que discurre la coreografía Mónica va ajustándose el traje granate que viste, como terminando de prepararse en el mismísimo escenario.


Seguido, un solo de guitarra y cante pusieron la piel de gallina a todo el público. Gracias al desgarrador sentimiento que Matías López puso en una Soleá, arrancando un aplauso que parecía no tener fin. Se volvió a hacer el silencio cuando reapareció la bailaora vistiendo una impresionante bata de cola con colores verde y rosa vibrantes.


Viajamos desde la Soleá a la Caña, que la flamenca interpretó con castañuelas. Desde luego, una variación impecable y una destreza con las castañuelas que quitó la respiración a todo el presente en la sala. Fue al final del macho de la Caña, que el rumbo de la actuación cambia por completo. Mónica se desviste acompañada por un solo de guitarra espectacular, y deja la bata de cola y las castañuelas en el suelo con mucha delicadeza.



La falda que decoraba el escenario suspendida en el aire pasa a ser el próximo vestuario de Mónica. En una variación en la que juega continuamente con esta prenda de gasa, parecía darnos a entender que por fin cogía sus sueños con sus propias manos, y los hacía realidad. Pero es que es en ese momento cuando la propia obra renace en forma de flamenco mezclado tanto con escuela bolera como con tintes de bailes regionales como la jota.


Una fusión de conceptos que, aunque comparten raíces, son muy diferentes. Mezclar el flamenco puro con una variación aflamencada de jota aragonesa no se ve todos los días. Pero Mónica consigue mezclarlo de forma fluida creando un resultado que es digno de ver.



Supimos que llegaba el final de la obra en cuanto reconocimos los primeros acordes de unas Bulerías. El momento cumbre de toda obra en el que tanto músicos como bailaora dieron todo de sí para despedirse. Lo cual puso al público en pie tras su despedida reclamando la reaparición en escena de los artistas para recoger sus aplausos. No faltó el guiño a todos los presentes con la interpretación de una última letra de Bulería, para ahora sí desaparecer entre palmas y vítores del público.


En general, una obra que aun durando una hora cuando ha terminado te deja con ganas de más. Con un estilo muy elegante y flamenco a la vez, incluso en el vestuario con los diseños de ensueño de Belén Quintana. Desde luego, ‘Bravata’ fue un soplo de aire fresco en el flamenco, con una técnica impecable y un sentimiento verdaderamente bravo.


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